En febrero de 2016, Santos Filander Matute, 41 años y miembro del pueblo Tolupán en Honduras, fue asesinado en su lugar de residencia junto a otros cuatro miembros de su familia.
En enero de 2016, Santos Matute se había trasladado a Locomapa, Yoro junto con otros miembros de su tribu. Su objetivo era asentarse allí y cultivar la tierra para poder alimentarse. Sin embargo, fueron asesinados por miembros del crimen organizado sólo un mes después de haberse instalado. La razón del asesinato: pertenecer al pueblo Tolupán y oponerse al corte ilegal de madera en el sector. Los tolupanes son, de hecho, el grupo indígena más marginalizado en Honduras; viven en condiciones de pobreza extrema en zonas rurales remotas, con acceso limitado a los servicios básicos.
Santos Matute era uno de los líderes de las protestas contra el corte ilegal de madera, y esto provocó que se interpusieran procesos penales contra él. Aunque la Corte acabó dictando que las comunidades indígenas tenían derechos a ser consultadas sobre los planes de gestión forestal en sus territorios, las actividades ilegales continuaron sucediendo. De la misma manera, Santos Matute y otros miembros de las comunidad Tolupán continuaron siendo víctimas de amenazas y violencia. A pesar de recibir protección de emergencia, Santos Matute continuó siendo víctima de ataques y vivía escondido.
El asesinato de Santos Matute y su familia es emblemático porque representa el caso de muchos pueblos indígenas que ven continuamente cómo sus recursos naturales son explotados, y cómo sus voces son calladas. Tribus indígenas en Honduras, como los Tolupán, desafían constantemente las empresas privadas que llevan a cabo actividades de explotación minera y projectos de energía hidroeléctrica ilegales. Es a través de estos compromisos que se les reconoce como defensores de derechos humanos.
Los DDH que deciden alzar la voz y luchar por sus derechos territoriales se convierten en una carga para los grandes propietarios, a los que sólo les interesa explotar los recursos naturales para enriquecerse. Desafortunadamente, la mayoría de los defensores de derechos humanos corren la misma suerte que Santos Matute.