Jorge Enrique Oramas, de setenta años, era defensor de los derechos ambientales en Cali, Valle del Cauca.
Durante más de diez años había liderado un proyecto llamado “Biocante de Milenio”, un proyecto destinado a desarrollar alimentos orgánicos para comunidades rurales. Su enfoque principal fue la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible.
También había participado activamente en la campaña contra la minería ilegal en el Parque Nacional Natural Farallones, donde la minería ha provocado una extensa contaminación de las principales fuentes de la zona. Además, era un miembro muy respetado de la comunidad de La Candelaria donde había estado viviendo durante varios años.
En la noche del 16 de mayo de 2020, sus vecinos escucharon un disparo desde la dirección de su finca. Cuando fueron a investigar lo encontraron muerto en el suelo. Le habían disparado.
Según un homenaje a Jorge publicado en El Espectador,
“Los recuerdos que vienen a la mente de quienes lo conocieron aparecen cuando hablan de sus virtudes y particular forma de ver la vida. Durante al menos la última década, según sus amigos, llevó una mochila hecha a mano y un sombrero estilo Trilby en la cabeza. En el lado derecho del sombrero, siempre llevaba una pluma que le recordaba su origen: la naturaleza. El 19 de mayo de este año, en el velorio reposaba sobre el ataúd ese sombrero con el que todos lo recordaban.
Jorge Enrique estudió Sociología en la Universidad Nacional de Colombia y dedicó, al menos la mitad de su vida, a estudios sobre nutrientes y alimentos orgánicos como curativos para el organismo. En Villacarmelo, el pueblo donde vivía, tenía sus negocios: Biocanto y la Clínica de Alimentos. Con el primero, vendió sus productos a base de quinua y amaranto a restaurantes y personas. Con el segundo, ofreció a las personas que tenían una enfermedad o dolencia crónica una alternativa de salud al cambiar sus hábitos alimenticios.
Su hogar, donde fue asesinado, era una casa humilde y sencilla donde vivía con Bambuco y Mambo, dos de los perros callejeros que había adoptado y que eran sus más fieles compañeros. Su nombre, aunque parezca obvio, tenía una historia que muestra otra de sus pasiones y aficiones más importantes: la música. Sabía mucho de la historia de la música colombiana y, aunque no era músico, disfrutaba mucho de los sonidos de los instrumentos colombianos y, a veces, en las reuniones, los sacaba para crear el ambiente. ”